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«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

PorKarla Riquelme Vargas 01 septiembre 2022

Portada de "Odorama: Historia Cultural del Olor" de Federico Kukso ©Federico Paul

Los sentidos marcan nuestra experiencia en el mundo y el olfato ha tenido mucha injerencia en el desarrollo de la humanidad, determinando desde hechos históricos a la organización de nuestras ciudades y hábitos de vida. En su libro «Odorama», el periodista científico Federico Kukso, reivindica el lugar del olor en nuestra cultura.

Originario de Buenos Aires, es un reconocido periodista científico argentino que escribe e investiga sobre ciencia, tecnología y cultura en distintos medios de Argentina, España y México. Ha escrito varios libros en la línea divulgación científica como «El baño no fue siempre así» (Iamiqué), «Todo lo que necesitás saber sobre ciencia» (Paidós) o «Dinosaurios del fin del mundo» (Penguin Random House), pero en «Odorama: Historia Cultural del Olor» es la experiencia olfativa de nuestra historia la que se lleva toda su atención. Justamente Kukso se especializó en Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard y fue Knight Science Journalism Fellow del MIT en el año 2016. Fue por esos años en Boston cuando comenzó a hacer consciente la dimensión emocional y cultural de los olores, cuando en la cuidada donde vivía (Cambridge) en todos partes percibía olor a canela, algo que no era usual en Buenos Aires. Así comenzó una investigación desde lo sensorial -que duró tres años-, una exploración sobre los olores, desde distintos enfoques, la ciencia, la antropología, el arte, la sociología, la historia. En una sociedad donde la vista es el sentido predominante y las imágenes determina la gran mayoría de la oferta de la experiencia estética a la que estamos expuestos, entrar a analizar el olor era entrar en otra dimensión, una que a Federico le causaba una gran curiosidad desde su niñez.

«Guiado por dos grandes figuras (el historiador francés Alain Corbin -escritor clave en lo que se conoce como historia de las sensibilidades- y el escritor Patrick Suskind -autor de una obra fundamental en la «literatura olfativa»: El Perfume-), emprendí un viaje por el pasado, pero también por el presente y el futuro. Descubrí que cada olor tiene una historia, una biografía secreta que contar. A través del estudio y comprensión profunda de los olores se puede dar cuenta de grandes transformaciones históricas, gastronómicas, de la sensibilidad, de la higiene, de la intimidad», explica Kukso.

En «Odorama: Historia Cultural del Olor» la investigación se divide en tres grandes capítulos, Olores de ayer,  de hoy y del mañana, con historias que responden a una diversidad de preguntas sobre el olor y también cómo ha ido progresando nuestra relación con ellos. «¿Qué aromas recorrían la Ruta de la Seda y conectaban imperios? ¿Cómo fue el choque olfativo de la conquista de América? ¿Cómo los olores despiertan la memoria y alimentan prejuicios? ¿Cuál es el futuro del olor? ¿Cómo oleremos en el siglo XXIII? La historia del planeta, de la especie humana y de cada uno de nosotros anida en la historia de sus olores: Cada uno de nosotros es un capítulo en la gran biografía del olor», concluye Kukso. Además, profundiza en lo que el llama la desodorización de nuestra sociedad o cómo los olores emitidos por nuestro cuerpo se han relegado a un ámbito privado, y ha surgido una industria y productos para mantenerlos a raya.

Conversamos con Federico Kukso sobre lo que descubrió en el proceso de realizar esta extensa y entretenida investigación, el por qué de su fascinación con los olores, las formas en que interactuamos con -y reaccionamos ante- ellos, cómo determinan los espacios y épocas que habitamos e incluso algunos vínculos con objetos o personas y si es que tienen relación con el diseño.

RM: ¿Por qué el olor? ¿Cómo fue que decidiste realizar una investigación digamos histórica desde una aproximación sensorial?

FK: Siempre me fascinaron antiguas civilizaciones como la egipcia: más que las vidas de las grandes figuras, me atrae conocer el día a día de millones de anónimas personas cuyos nombres y sueños hemos olvidado.

Recuerdo de chico haber leído sobre uno de los momentos cumbres del siglo XX: en noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter ingresando en lo desconocido al descubrir, al fin, la tumba de Tutankamón. Hay fotos, hay registros de lo que él y su equipo vieron. Yo, en cambio, me pregunté siempre qué olió Carter al abrir el sarcófago del faraón. En ese momento, a través del olor se conectaron dos mundos, dos épocas separadas por casi 3000 años. El arqueólogo olió el antiguo Egipto. Y al olerlo capturó su verdadera esencia.

Lo mismo puede pensarse de cada época historia. Vivimos actualmente en una época tan oculocéntrica -una dictadura visual en la que todo existe en tanto podamos verlo- que la gran mayoría de personas no se suele preguntar a qué olía el Coliseo Romano; a qué olía Atenas y sus templos; qué olieron los soldados cuando liberaron los campos de concentración durante el Holocausto; cómo olían los campos de batalla durante las guerras de Independencia en Chile y Argentina en el siglo XIX; a qué olían figuras como San Martín, O’Higgins, etc.

Tenemos una relación desodorizada con la historia. Nuestro conocimiento del pasado es inodoro. El olor es aquello de lo que no se habla: el olor ha sido históricamente un personaje considerado secundario, una especie de decorado de fondo de los eventos, de las intimidades, de las revoluciones. Cuando en realidad todos sabemos cómo un aroma puede cambiar cómo nos sentimos, es decir, el poder mágico que tiene sobre nosotros.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Olores orbitales. La astronauta estadounidense Shannon Walker huele una planta cultivada en la Estación Espacial Internacional. ©NASA

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Federico Kukso ©Alejandra López

RM: En tu opinión, ¿pueden los sentidos -como el olfato- determinar nuestras formas de vida?

FK: Los olores tienen un poder de persuasión más fuerte que el de las palabras, las apariencias, las emociones o la voluntad. El poder persuasivo de un olor no se puede evitar, ingresa en nosotros como el aliento en nuestros pulmones, nos llena, nos imbuye totalmente. No hay remedio para ello.

Además, los olores son resortes de la memoria, llaves que abren puertas hace tiempo selladas. El olfato es un poderoso hechicero que nos transporta a través de miles de kilómetros y de todos los años que hemos vivido, como señaló la escritora y activista sordociega estadounidense Helen Keller. Incluso, los olores sobreviven a la muerte de las personas y el deterioro de las cosas.

Nuestra cultura está llena de creencias olfativas que desconocemos o hemos olvidado. Durante la epidemia de polio en la Argentina en 1956, los padres les cosían a sus hijos bolsitas de alcanfor en polleras o sacos o los hacían practicar vahos con agua de eucalipto. Esto se basaba en una idea antigua: durante siglos se pensó que los olores nauseabundos eran vehículos de enfermedades. Y que ciertos aromas los ahuyentaban. También nuestra cultura nos formatea desde niños con prejuicios olfativos: asociamos con lo que nuestra cultura nos enseña que es un «mal olor» con lo sospechoso (como se ve en la película Parasite). En cambio, asociamos la belleza al «buen olor». Es una construcción histórico social asociar lo pestilente con el infierno y el cielo o lo divino con lo fragante. Varios estudios psicológicos concluyen que ciertos olores pueden influir en el atractivo de una persona, para bien o para mal.

RM: Has mencionado que el olor de cada persona es único, una huella, a la vez que en un momento de la historia comenzó la desodorización como algo que era un requisito para el progreso… ¿Cuál es nuestra relación actual con los olores?

FK: Los olores nos afectan emocional, psicológica y físicamente. “Cuando olemos otro cuerpo, lo poseemos al instante, como si fuera su sustancia más secreta, su propia naturaleza”, escribió Jean-Paul Sartre en su libro «Baudelaire». El olor delata: es pura información, habla de los otros (y de nosotros) sin emitir palabras. Y aun así, existe el mandato cultural moderno de que debemos ocultar, desterrar nuestros olores íntimos, naturales. Hacemos nuestras necesidades fisiológicas en privado, en un cuarto separado del resto de nuestros hogares (cuando en Roma, por ejemplo, se iba a defecar en grupo); cada día nos rociamos las axilas con micropartículas de aluminio (los antitranspirantes); ocultamos nuestro verdadero ser, nuestro olor corporal bajo capas de perfumes y desodorantes. Buscamos desterrar nuestro aliento con enjuagues bucales para evitar la vergüenza social y no ser rechazados.

También la industria de la perfumería hace que cada vez tengamos una relación distante con aromas naturales, reemplazados por aromas sintéticos. Y un hecho curioso más, a diferencia de la vista, la audición y el tacto, el olfato es un sentido cargado de misterio. Se dice que las ciencias que estudian este sentido son «huérfanas» porque nunca se les ha prestado mucha atención. Hasta 2020 con la pandemia de Covid-19, cuando se descubrió que uno de los síntomas de la infección era la anosmia. Desde entonces muchos que han perdido el olfato lo han revalorizado.  Y los estudios olfativos han aflorado.

RM: Dentro de tu investigación, ¿qué relación existe entre los olores y el diseño? ¿hay algún servicio u objetos determinados por el olfato?

FK: El olor mismo se ha vuelto sospechoso, un recordatorio de nuestro pasado animal, un reproche a la civilización. Esto ha llevado a la desodorización de ambientes: cada vez más, nuestro medio ambiente es inodoro. Los aeropuertos son el claro ejemplo de este silenciamiento olfativo. Obviamente, hay resistencias. Se sabe que la lavanda tiene efectos calmantes, reduce la ansiedad y ayuda a dormir. Y en las últimas décadas hay un boom de productos con este aroma: velas, difusores, geles de ducha, desinfectante líquido para manos, etc. Aun así se asocia modernidad a la desodorización. Nuestra imaginación del futuro incluso está moldeada para especular con espacios asépticos.

Pero en el fondo, aunque queramos olvidar nuestra naturaleza, somos seres olfativos. Nuestro vínculo y apreciación de ciertos objetos y espacios están mediadas por el olor: por ejemplo, se sabe que el «olor a auto nuevo» es un factor crucial en su compra. Esa combinación de emanaciones del cuero, solventes, plástico dura solo unos meses, pero determina que una persona se decida por tal o cual automóvil. Lo mismo se puede decir del «olor hogareño» de una casa. No solo compramos con los ojos (y el bolsillo), compramos y decidimos con la nariz. El auge del marketing olfativo es una muestra de ello.

RM: Desde tu experiencia como periodista científico, ¿cuál es el aporte o rol del diseño en la ciencia?

FK: Lo veo como dos mundos disociados, al menos en lo que se refiere al diseño gráfico. Hay un desinterés a nivel de la ciencia latinoamericana por presentar la información de una manera atractiva. Esto se aprecia en conferencias, en pósters científicos. Se ve al diseño como algo accesorio, casi sin importancia. Cuando el diseño es crucial: de la elección de una tipografía a la organización visual o el poder de las imágenes. Por ejemplo, escribí sobre la obstinación de científicos con la fuente Comic Sans.

RM: Por último, ¿cuáles crees que son los avances científicos y tecnológicos que están determinando las nuevas estéticas con que percibimos el mundo?

FK: Hace un tiempo escribí cómo el bosón de Higgs (y en especial los gráficos de los choques de protones en el Gran Colisionador de Hadrones) se habían vuelto un nuevo ícono de la ciencia, a la par de la doble hélice del ADN.  También se puede pensar lo mismo de la nueva era de la exploración espacial. Vivimos en una época en la que se conecta y visibiliza lo oculto: desde los ladrillos de la materia y el interior del cuerpo humano -neuronas en conexión, por ejemplo, virus fotografiados en primer plano- a la grandiosidad del universo.

Investigaciones paleontológicas y telescopios como el James Webb hacen más que ahondar en nuestro pasado profundo o cartografiar el cosmos: expanden nuestra imaginación, alimentan nuestra curiosidad y asombro. Considero que de una u otra manera, en nuestra era tan mediada y moldeada por las ciencias, estas fuerzas también inciden en ámbitos más allá de los laboratorios.

Para saber más:

Sitio web: www.fkukso.com

Instagram: @fedkukso

Twitter: @fedkukso

Imágenes gentileza Federico Kukso.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

El sentido del olfato de Philippe Mercier. 1747. Derechos: dominio público.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Don Quijote percibe el olor de Sancho Panza Ilustración de V. Marstrand (1810-1873) Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

El alma de la rosa, 1903 John William Waterhouse.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Traje de perfumista. Nicolas Bonnart, 1695. Biblioteca Nacional de Francia. Derechos: dominio público.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Vinagreta de plata en forma de calavera para llevar sustancias aromáticas. 1701-180. ©Museo de Ciencias de Londres.

«Odorama» de Federico Kukso: La dimensión olfativa de nuestra historia

Hombre que se cubre la boca con un pañuelo, caminando por una calle de Londres llena de humo. 1862. Wellcome library. (CC. Creative Commons)

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