Martín Tironi y los desafíos del diseño para un planeta en transición
El sociólogo y nuevo director de la Escuela de Diseño de la Universidad Católica de Chile, tiene una mirada refrescante e inquieta sobre el rol de esta disciplina en la nueva realidad post pandemia. Una visión que reconoce la interdependencia de las especies y que apela a cambiar los paradigmas de la teoría y práctica de la profesión. Lo que Tironi se plantea es cómo diseñar en un mundo en transición, en crisis social y climática, con recursos agotables y donde el estado de vulnerabilidad es una constante. En este esquema el enfoque centrado en el humano, si bien ha dado paso al diseño social, parece no bastar, se necesita una nueva perspectiva que considere y diseñe tomando en cuenta a todas las especies existentes en la biodiversidad del planeta, tanto humanas, no humanas, como agentes vivos integrantes de los reinos de la naturaleza, algo que lo que el llama diseño inter-especie en sus investigaciones.
Martín conectó con el diseño estudiando su doctorado en el Centre de Sociologie de l’Innovation de la École des Mines de París y su enfoque en la Actor Network Theory (Teoría actor-red), conocida principalmente por el trabajo de Bruno Latour y que reconoce el rol de los objetos y entidades no humanas en la conformación de la vida social. Fue ahí cuando le surgieron preguntas, «sobre el diseño como disciplina y como práctica, sobre sus posibilidades de articulación y materialización de mundos”, recuerda. Desde entonces se fue acercando a lo que se podría llamar una “antropología diseño”, comprendiendo los efectos y consecuencias sociales del diseño y reconociéndolo como una forma de “inteligencia material” desde donde se puede analizar y generar conocimiento “crítico y especulativo” sobre nuestra sociedad. «Me parece que en la medida que los ámbitos de la acción del diseño se expanden (hacia gobiernos, comunidades, ciudades, paisajes, desarrollos tecnológicos, hospitales, políticas públicas, empresas y servicios), se hace evidente la necesidad de estudiar las potencialidades de la intervención en diseño, tanto en sus capacidades problems-solving como en sus habilidades problem-making, para dilucidar y comunicar asuntos que nos conciernen”.
El diseño se convirtió en un campo de investigación, colaboración y experimentación para las preguntas que le interesan y motivan su cuerpo de investigación, «y que desde la ciencias sociales más convencionales no encuentran espacio». Por ejemplo, una nueva concepción de las prácticas del diseño, desde su descolonización y el alejamiento del antropocentrismo para una real coexistencia entre las especies; la relación entre sociedad, diseño y tecnología, cómo manejar justamente la dataficación en las prácticas cotidianas o los posibles futuros que el uso de Inteligencia Artificial y otros dispositivos pueden moldear; o las nuevas formas de establecer sistemas urbanos, más flexibles o adaptables ante las crisis, reconociendo la importancia de las prácticas de cuidado.
Tironi se mueve entre la investigación, la docencia y la participación en proyectos interdisciplinares, donde se co-diseña y se co-produce conocimiento, definiendo nuevas relaciones entre distintos saberes. Actualmente es parte del equipo de la Plataforma Sociedad, Diseño y Tecnología (SDT), espacio de investigación, creación y colaboración en torno a las implicancias sociales del diseño y las tecnologías en la sociedad contemporánea. En 2021 fue parte del equipo curatorial del galardonado pabellón chileno en la Bienal de Diseño de Londres, «Resonancias Tectónicas desde el Sur: del User-Centered Design al Diseño Orientado al Planeta”, que tuvo como protagonistas a las rocas de nuestro territorio en una instalación interactiva.
Con este mismo enfoque asume la nueva dirección de la Escuela de Diseño UC, «la heterogeneidad de formas de hacer y pensar el diseño que conviven en la escuela, es una oportunidad para impulsar y articular nuevos y diversos campos de investigación y creación… Nos parece central construir las bases de un diseño ético, un diseño comprometido con la huella ambiental, social y cultural que producen los productos, servicios e innovaciones que el diseño lanza al mundo”. Justamente uno de los desafíos que se han planteado como equipo es fortalecer su participación con los problemas y debates de la actualidad, contribuir desde la realidad latinoamericana a pensar y generar proyectos y soluciones “que transciendan los límites formales de la disciplina y logren mejorar la calidad de vida”.
Conversamos con Martin Tironi, profundizando sobre estos nuevos enfoques con que proyecta la disciplina y práctica del diseño para estos nuevos tiempos.
RM: Se habla que para enfrentar la crisis socioambiental necesitamos dejar el diseño centrado solo en el humano y orientarnos a un diseño que vaya más allá, considerando los seres no humanos y otras especies, ¿cómo podrías definir esta nueva aproximación al diseño?
MT: Efectivamente. En diferentes lugares hemos venido insistiendo sobre la necesidad de generar alternativas al hegemónico human-centered design. Este es un enfoque que ha logrado sostener gran parte de los espacios profesionales y académicos de la cultura del diseño contemporáneo. Buena parte de la práctica del diseño ha estado informada por este principio según el cual el buen diseño debe responder a las necesidades que presentan los humanos, asistiéndolo por medio de productos o servicios amigables. No cabe duda que el paradigma del diseño centrado en el humano ha contribuido en el desarrollo de un diseño más conectado con la realidad social, abriendo campos de intervención para el diseño que antes eran antes impensados para una disciplina tradicionalmente más asociada a lo autoral.
Sin embargo, me parece que este paradigma debe ser interrogado y complementado a la luz de la crisis socioambiental y los efectos antropogénicos que nosotros los humanos hemos producido sobre la tierra. La magnitud y complejidad de los desafíos actuales no pueden seguir siendo pensados desde el paradigma del human centered design, o al menos me parece insuficiente para afrontar problemas post-naturales que van más allá del dualismo naturaleza/sociedad, humano/no-humano. Se requiere desplegar modos más relacionales, éticos y ecológicos de diseñar en un planeta que ya no se puede seguir proyectando desde la misma cosmología moderna que Bruno Latour ha venido describiendo. Tomarse en serio la mutación y crisis socioecológica supone un redireccionamiento del diseño, tanto en su forma de concebir sus destinatarios como en su capacidad para generar las condiciones para que humanos y otros seres no humanos puedan coexistir recíprocamente. La convergencia de múltiples crisis (ecológica, social, sanitaria, alimentaria, energética, tecnológica, etcétera) exige la exploración de respuestas transdisciplinares, experimentales y multiescalares para abordar cuestiones vinculadas a la crisis climática, la robotización de la sociedad, el aumento de las desigualdades, etcétera.
RM: ¿Cómo abordas desde la investigación académica esta nueva orientación de la disciplina desde la investigación académica?
MT: Desde la Escuela de Diseño UC, algunos investigadores hemos venido trabajando en lo que, provisoriamente, hemos llamado “diseño orientado al planeta”. No sabemos si es el nombre más adecuado, pero es una propuesta experimental que estamos tratando de testear y sistematizar en un libro que saldrá próximamente en la editorial Routledge, que tiene capítulos de autores como Marisol de la Cadena, Arturo Escobar, Alex Wilkie, Laura Fornalo, Ignacio Farías, entre otros. Básicamente intentamos sentar las bases para una aproximación post-antropocéntrica del diseño, en diálogo con los estudios decoloniales y posthumanistas. Nuestra hipótesis es que el diseño requiere un descentramiento de su matriz antropocéntrica si realmente quiere contribuir abordar los llamados “problemas perversos” (wicked problems) de una manera integral. Este giro ético y ecológico pasa necesariamente por tomar conciencia que los profesionales del diseño no están sobre una tierra infinita, sino que estamos entremezclados con ella y el conjunto de seres que la habitan, en una suerte de danza estructural, como diría Humberto Maturana. Entonces la pregunta es cómo generar diseños que reconozcan e incorporen ese proceso relacional o esa ética de la interdependencia entre la diversidad de seres y especies que habitan el planeta.
RM: ¿Qué paradigmas habría que cambiar para poder poner en práctica este diseño para el planeta?
MT: Lo podríamos plantear de la siguiente manera: el desafío es cómo moverse desde una lógica extractivista, expansionista y racionalista, que concibe a los seres no-humanos como meros recursos para el consumo humano (muy propia del proyecto moderno), hacia una forma de intervención en diseño que permita trabajar desde las interdependencias, interconexiones y cuidados recíprocos que conforman la vida en la tierra. Asumir que el planeta dejó de ser el receptáculo infinito de las acciones humanas, para convertirse en un agente protagónico que participa en la configuración de nuestro devenir, implica comenzar a diseñar desde la cohabitación con este actor que es la tierra, que co-evoluciona con nosotros y que está entrando a un estado de fragilidad irreversible. Esta propuesta, de un diseño orientado al planeta, no es una renuncia de un diseño para la justicia social, como lo plantea Sasha Costanza Chock, sino una invitación a diseñar desde la pluralidad de escalas y seres que conforman nuestro ecosistema. Me parece que el problema fundamental ya no es cómo seguir innovando y produciendo, generando más cosas y objetos, sino como regeneramos las condiciones de habitabilidad de manera más justa, cuidando ese entramado de interdependencias parciales que conforman nuestra ecología, donde humanos y no humanos cohabitamos.
RM: Durante la pandemia publicaste columnas reflexionando sobre el espacio urbano y sus necesidad de flexibilizarse ante esta nueva realidad, ¿cuáles son los principales desafíos de las urbes del futuro donde el diseño puede ayudar?
MT: En la columna que mencionas trataba de advertir sobre la capacidad del diseño para reimaginar alternativas a las formas de vida que hoy se están volviendo insostenibles. El diseño tiene esa habilidad de generar escenarios – estéticos, materiales, simbólicos, textiles, tecnológicos, etc- que son esenciales para problematizar el presente y alterar el tipo de futuro que queremos construir o desmantelar. El diseño es uno de los campos de investigación e intervención más interesantes para desplegar, cuestionar y repensar las condiciones de habitabilidad, que me parece es la pregunta fundamental en un momento en que los humanos nos hemos transformado en una amenaza para la perdurabilidad de la vida en la Tierra.
No cabe duda de que la pandemia puso en cuestión muchos de los supuestos con los cuáles funcionamos y organizamos nuestros espacios urbanos. Pero en particular, diría que el virus aceleró una crítica que se le ha venido haciendo a la matriz moderna de planificación, híper jerarquizada y rígida, que tiende a sobredeterminar y planificar los usos y espacios, en lugar de propiciar formas de regeneración y autoorganización. Este modelo tiene muchas dificultades para atender fenómenos cada vez más disruptivos y emergentes. Ahora fue un agente viral, pero el día de mañana la desestabilización va a provenir de una gran sequía, un apagón tecnológico, refugiados climáticos o una crisis de alimentación. Por lo tanto, me parece que uno de los desafíos, y donde el lenguaje del diseño puede cumplir un rol, es cómo proyectar diseños o infraestructuras más abiertas, más permeables a esos eventos emergentes o situaciones no programables que vamos si o sí tener que confrontar. Si nos tomamos en serio que la fragilidad e incertidumbre se transformaron en el sello de identidad de nuestros tiempos, la pregunta entonces es cómo asumir el carácter inacabado, relacional y adaptativo de las ciudades del futuro, en lugar de concebirla como proyectos cerrados. Aprender a habitar la incertidumbre y dejar de creer que los humanos tenemos el control absoluto de los espacios que habitamos, es un aprendizaje que tenemos que prototipar, como lo hicieron diferentes ciudades del mundo durante la pandemia.
RM: La pandemia dejó en claro la vulnerabilidad de la sociedad, ¿cómo aporta la perspectiva de género a crear nuevos espacios y relaciones para una ciudad más amable y sostenedora?
MT: Estoy de acuerdo. Aunque la vulnerabilidad se distribuye profundamente desigual en la sociedad, fue interesante ver cómo prácticas vinculadas al cuidado, acompañamiento y reparación tomaron una relevancia diferente, sobre todo considerando que vivimos en una sociedad que tiene una relación de fascinación con la innovación y lo nuevo. Nos hemos acostumbrado a que sea el vocabulario smart de la innovación, la clase creativa y el emprendimiento el que monopolice la atención pública, orientado los recursos y énfasis. Se impone una suerte de obligatoriedad de innovar, de forzar las innovaciones, de acelerarlas. Es una suerte de “silicolonización” del mundo (usando la expresión del filósofo Eric Sadin) donde los diferentes ámbitos de la vida son objeto de innovaciones.
Sin embargo, sabemos que esa lógica productivista nos esta conduciendo a una insostenibilidad generalizada y la pandemia nos vino a recordar que no hay innovación posible sin cuidado. Además, la extraordinaria tribuna que tiene el imperativo de la innovación no se corresponde con el hecho de que la mayoría de las cosas hacemos en nuestro diario vivir no son innovaciones, sino actos reparadores, cuidar, arreglar, limpiar, ajustar, ordenar. Es decir, pasamos más tiempo manteniendo y reparando cosas, que innovando y abriendo mundos disruptivos. En ese sentido, efectivamente las perspectivas feministas me parece que son un tremendo aporte para pensar y diseñar desde el cuidado y la fragilidad. En estos enfoques no sólo hay una reivindicación política de las labores “invisibles” y domésticas que producen la vida, sino un llamado a comprender la vida como el resultado de un conjunto de actividades colectivas e individuales, afectivas y materiales, que realizamos para mantener y reparar la vida.
RM: Has estudiado cómo las tecnologías emergentes se relacionan con la vida humana y urbana, ¿cuál crees que debería ser el enfoque para abordar estas tecnologías de vanguardia como la inteligencia artificial, la dataficación en la vida cotidiana u otras?
MT: Mis investigaciones sobre innovaciones tecnológicas (en este momento conduzco una sobre inteligencia artificial) siempre adoptan un enfoque radicalmente empírico, donde no separo a priori el problema tecnológico del problema ecológico. Defiendo una orientación etnográfica en el estudio de las tecnologías, en el sentido de analizar sus efectos concretos y el tipo de sociología o antropología que los propios desarrolladores tecnológicos movilizan para justificar sus innovaciones. Siempre he tenido la impresión de que los enfoques tecno-optimistas y tecno-pesimistas que circulan en los medios, vaticinando las mayores bondades o calamidades del desarrollo tecnológico, coinciden finalmente en un acercamiento abstracto y externo al funcionamiento de estos ensamblajes socio-étnicos, dejando de lado las prácticas, materialidades y articulaciones que las hacen posible. Por ejemplo, se suelen asumir los datos digitales como elementos aislados, neutros y objetivos, sin analizar las infraestructuras, prácticas, saberes y discursos que se utilizan para su fabricación, procesamiento y representación.
RM: ¿Este enfoque empírico tiene que ver con las especulaciones que se generan con las tecnologías emergentes?
MT: Me parece importante ver los tipos de futuros e imaginarios que las tecnologías emergentes vehiculizan. Ha surgido un verdadero mercado de futuro a partir de la producción de nuevas tecnologías, sustentado en las capacidades predictivas y anticipatorias de los sistemas algorítmicos. Se habla que estaríamos asistiendo a nuevos regímenes de anticipación, donde la idea de futuro se transforma en algo manipulable, intervenible y calculable a través de la predicción de sistemas inteligentes. En ese sentido, una cuestión que me parece clave es comprender el tipo de futuros que estas tecnologías abren, pero también aquellos que cierran, reduciendo las posibilidades de futuros alternativos. Muchas de estas tecnologías vienen enmarcadas en concepciones de futuro hegemónicas y totalizantes, orientadas por la idea de progreso lineal propia de la cosmovisión moderna. Me parece central pensar las tecnologías desde una pluralidad situada, desde la tecnodiversidad, usando el concepto de Yuk Hui. Y para ello es central usar las potencialidades de diseño para pluralizar los regímenes de futuros posibles y reconocer aquellas alternativas tecnológicas más sustentables, justas e inclusivas.
RM: ¿El diseño puede aportar a implementar estas tecnologías con pensamiento crítico?
MT: Hay una dimensión que tiene que ver con la pregunta ética, que no sólo pasa por tener protocolos para el desarrollo tecnológico, sino también por reconocer las implicancias políticas de esas tecnologías. Estamos avanzando hacia una suerte de civilización algorítmica, en donde la IA promete la automatización de diferentes tareas y guiar la decisión humana. Me parece que el diseño debe cumplir un rol ético en diseñar de qué manera queremos que las tecnologías se relacionen con nosotros. Hoy más que nunca tenemos que preguntarnos hasta qué punto queremos ser suplantados por estas tecnologías. Si el diseño no desarrolla una ética radical para aproximarse a estos temas, el peligro es que estas tecnologías basadas en IA profundicen en las formas discriminación que ya existen, según clase social, raza o género. Hay muchas personas en el mundo del diseño que están pensando en cómo combatir esta “opresión algorítmica” y desarrollar formas más justas de vincularnos con lo digital.
RM: Por último, ¿nos puedes contar del proyecto que tienes con relación a la IA?
MT: Es un proyecto interesante que estamos desarrollando por la Plataforma SDT, aborda la relación entre el futuro de la inteligencia artificial y su impacto y huella medioambiental. La pregunta que nos interesa es qué implica desarrollar IA en un planeta dañado. Entonces la intención del proyecto es visibilizar la materialidad de la IA, desmitificando su condición incorpórea e inmaterial que muchas veces se presenta. Y para ello estamos desarrollando una investigación-creación, que terminará con una instalación.